sábado, 16 de mayo de 2009

Pequeña compañera (de Francisco a su sobrina Isabel)

Bajo el signo del tedio
cargado en la espalda
después del trabajo
yo, como otros hombres en las fábricas
volvemos a casa
con los ojos cansados
con el peso del mundo guardado
encima de los hombros.

Por eso, cuando abro la puerta,
y mirando mis zapatos
otros dos se confunden con los míos
todo se desarma:
una niña pequeña
(inocente, vacía de toda miseria -todavía-
pequeña hoja en blanco
puente indestructible entre el dolor y la ternura)
me abraza, me quiebra, me calma.

Porque no hay nada más humano
que saber que en esta lucha
en la que alzo mis convicciones
guardo fervientemente el calor de sus ojos
como reflejo del de todos los niños
condenados a vivir bajo esta sombra
de sobreexplotación y opresiones.

Por eso, pequeña compañera,
te dedico la revolución
como única forma y solución
de ver que tus ojos no crecen
como el cansancio de mi cuerpo.

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